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Que nada ni nadie nos quiten la alegría que nos ofrece el Dios de la Vida. Mi deseo es que este tiempo penitencial, que antecede al Paso del Señor, haya sido un verdadero tiempo de gracia y de preparación para vivir en plenitud la alegría exultante de la Pascua.

La liturgia nos propone para esta fiesta el evangelio de Juan (20,1-9) (vigilia Pascual) o el de Lucas (24,13-35) (Misa del día). De ambos me ha llamado la atención el dolor por la ausencia del Señor. María Magdalena desolada corre junto a Pedro y Juan para decirles “se han llevado al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. En el texto de Lucas, son los discípulos de Emaús quienes prueban desaliento, porque Aquel que debía liberarlos de la opresión había muerto. Pero Jesús, escondido a sus miradas, demasiado humanas, comenzó a explicarles las Escrituras y sentándose luego a la mesa partió con ellos el pan y sus ojos pudieron reconocerlo.

¿Dónde podemos encontrar y reconocer a nuestro Señor para no sentirnos abrumadas a mitad del camino?
- No en el sepulcro, donde lo buscaba la Magdalena, sino en el Sagrario de nuestras capillas y de nuestro corazón, dispuesto a acogerlo y adorarlo; para ser habitadas por Él y permanecer en Él.
- Al partir el Pan, en cada Eucaristía, donde Jesús se convierte en nuestro alimento y fortaleza.
- En su Palabra que nos acompaña iluminando el transcurso de nuestras vidas: “como ardían nuestros corazones cuando Él nos explicaba las Escrituras”
- En los hermanos y hermanas. Ni la Magdalena, ni los discípulos de Emaús andaban solos, estaban con los otros discípulos y con los apóstoles. En comunidad.

Queridas hermanas, vivamos conscientemente y cultivemos estas dimensiones, cada día de nuestras vidas y experimentemos así la plenitud perenne de la Pascua. Muchas felicidades en la alegría y la gloria del Señor Resucitado en quien somos y hacemos la misión encomendada. Vuestra,